Por María Mercromina en Koult
Después de La educación física y La retirada el autor regresa con Mis padres: Romeo y Julieta.
Siempre he sentido envidia de aquellos que tienen manchas de nacimiento. De esas marcas en la piel que se forman antes de despertar y salir de la placenta. Antes de que tu vida comience y empieces a caminar, aprendas a hablar, vengan y se formen los primeros recuerdos… No se sabe la causa exacta que hace que aparezcan, pero están ahí. Siempre están ahí.
Los poemas de Pablo Fidalgo Lareo en este libro podrían ser manchas de nacimiento. Bien delimitadas y circunscritas. Resplandecientes. Pablo en este libro vuelve atrás y se balancea entre las ramas de su árbol genealógico: la madre aguantando el dolor, la historia (nuestra historia) en la boca del abuelo, padre e hijo explotando. Y de nuevo la madre, meciendo y aguantando el dolor. Ese dolor sórdido y certero que podría ser el de todas las madres. Pablo cuenta esta historia que podría ser perfectamente la historia de nuestra familia. Es difícil conseguir a la vez que nos creamos algo y nos sintamos identificados. Que pidamos nosotros también formar parte del espectáculo: darle una vuelta de tuerca más al teatro y a la poesía. Que supliquemos a los padres junto al autor: ¿Podéis conquistaros otra vez para que yo lo vea?
El poeta llega con la cara llena de sangre y de herencia; el hijo vencedor de Romeo y Julieta recorre de principio a fin la historia de amor de sus padres, se convierte en el hijo brillante que no permanece en casa. El hijo brillante y herido que dice la verdad sin que lo golpeen.
Yo soy hijo de los que se bañaban desnudos/ pero nunca perdieron la vergüenza. /Mi declaración de amor fue desnudarme en la calle/ y volver a vestirme sin explicar nada más.
Pablo se atreve a trazar un filo y caminar sobre él hacia su origen. Regresa, quizás, a aquello que lleva toda la vida evitando: palabras y gestos que están a punto de volverse contra él, pero que aún no lo hacen.
Ésta es la definición del perseguido: / un cuerpo que sabe exactamente /aquello de lo que es inútil huir.
Ser el perseguidor o el perseguido. Poner nombre a la huida. Volver a la habitación dónde fuiste concebido con tu madre. Recrear una infancia verdadera, dormir al lado del mar y despertarse mojado. Cerrar el libro con una foto de la infancia, manos de papá y mamá sosteniéndote, mostrándote al mundo. Encontrar o no aún la lengua materna. Quizás esto es el poema: mancha de nacimiento o cicatriz.
Ser trágico y saber serlo– Y caer como todos. Eso como nadie lo hace Pablo Fidalgo Lareo.
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