RESEÑA DE “ANARQUISMOS/DANIEL FARIA”


POR MARTÍN RODRÍGUEZ-GAONA

Pablo Fidalgo Lareo concibe la poesía como un proceso, como un proyecto que no se reduce sólo al libro, sino que fundamentalmente plantea algo para experimentar y compartir. De allí la predilección por el trabajo comunal y la decisiva reivindicación de la oralidad, incluso como propuesta política. Este es el sustrato de su trabajo con lo performativo que, en su caso, a diferencia de la mayoría los poetas jóvenes contemporáneos, que busca su audiencia en las redes sociales, no es meramente lírico, narcisista o efímero.

La constante, entonces, sería la voluntad de forjar una nueva poesía dramática, una escritura de frontera intergenérica. Este proyecto está en sintonía con fenómenos contemporáneos como la Slam Poetry y autores como Angélica Liddell, y tiene antecedentes en poetas performativos como David Antin y el recientemente desaparecido John Giorno.

Efectivamente, la dramaturgia de Pablo Fidalgo Lareo guarda coherencia con el resto de su obra poética (en la que destacan la introspección familiar, el testimonio y su escenificación, la alternancia entre el monólogo y la polifonía, etc.). Desde su libro de poemas Mis padres: Romeo y Julieta, que supuso una introducción a todo el proyecto, se aprecia el despiadado análisis de lo privado, la deconstrucción de la familia, la disección de lo íntimo (con un aspecto clave compartido con los poetas mejores de su generación, en especial las mujeres: el ir contra el pudor burgués). La obra de Pablo Fidalgo Lareo emprende, en su conjunto, una introspección acerca de la identidad, yendo de la experiencia individual en tiempo presente hacia atrás, hacia el origen (los padres, los abuelos, la patria, los amigos). La fórmula pareciera ser el empleo simultáneo del pensamiento y del sentimiento para la exploración de la intimidad. Y, con tales fines, la vía elegida implica urdir datos inconexos y representar sus vestigios (resulta arduo diferenciar la investigación de la fabulación en estas piezas).

Por consiguiente, el escrutinio se centra una y otra vez en quienes no tuvieron protagonismo, dando la palabra a los mudos, rescatando las anécdotas y las imágenes creadas por los invisibles (películas caseras, origamis o poemas líricos). Intentando registrar, en resumen, la tragedia de aquellos ignorados por la historia. En este sentido, sus personajes interpelan siempre no a una generación o a una comunidad, sino a algo más abstracto, como una identidad histórica. En otras palabras, una voz múltiple que expresa el anhelo de una anagnórisis que forje una nueva memoria colectiva.

Este es el camino que, con ligeras variantes, hoy nos reúne para presentar esta bella edición de Papeles mínimos.

Anarquismos (por el medio de la habitación corre un río más claro) explora la crisis de una generación que empieza a asumir sus errores, su falta de proyecto común, su abierta manipulación política e histórica (como ha sucedido con tantas otras previas). Un ejercicio de memoria que intenta evitar la nostalgia, por no ser ésta más que un instrumento conservador y fútil. Así, mediante el examen de la convivencia de un grupo de amigos, se deduce que la única posibilidad de intimidad y amor se da en medio de las turbulencias de un río salvaje, que amenaza con arrasarlo todo, incluyendo la belleza, la bondad y el conocimiento.

Daniel Faria, recuerda, a través de un diálogo, la vida, la obra y el ejemplo del poeta y sacerdote portugués homónimo que, fuera de muchas aficiones como el teatro y el coleccionismo, amaba a sus amigos con una entrega plena, sin reticencias ni temores. En su poesía dios es una experiencia del cuerpo: este es el tema por el que un poeta joven y de otra tradición regresa a sus palabras constantemente, hasta transformarse en su amigo. Así, en el ejercicio físico y cotidiano de la trascendencia, los cuerpos y las palabras se vuelven fuente, archivo y memoria de gestos de fe: bailar, preguntar, tocar, estar disponible. En el diálogo con Daniel Faria, se exalta el milagro de una vida a plenitud.

Como se aprecia, ambas obras son complementarias. El culto a la amistad y a lo comunal, sólo puede mantenerse desde un entusiasmo y una exaltación que superen el desencanto de la pérdida de las ilusiones juveniles. Apelando a un convencimiento y una fuerza que vienen desde lo interior y que se parecen mucho a la fe: una acción, una performatividad, una puesta en escena, un ritual, aquello que supone, al mismo tiempo, una estrategia política de combate y el único camino para aspirar aún a la trascendencia. Es decir, a seguir siendo plenamente humanos.