JARDIN

POR PEDRO G. ROMERO

Aquellos actores del Burgtheater, inmediatamente después de levantarse el telón, como pude ver desde mi asiento en el gallinero, como la obra no llegaba al público enseguida, como suele decirse, se pusieron en contra de mí y de mi obra y por consiguiente actuaron inmediatamente en contra de mí y de mi obra, interpretando mal todo el primer acto de una forma tan burda como si hubieran sido obligados, por decirlo así, por la administración a interpretar mi Partida de caza, y como si quisieran decir: la verdad es que estamos en contra de esta pieza horrible, mediocre y repulsiva, aunque no la dirección, que nos ha obligado a aparecer en esta obra. Interpretamos esta obra, pero no queremos tener nada que ver con ella, interpretamos esta obra, pero no vale nada, interpretamos esta obra, pero sólo en contra de nuestra voluntad. Al instante hicieron causa común con el público, que no tenía ni idea, y nos dieron el golpe de gracia, como suele decirse, a mí y a mi obra, traicionando también con ello a mi director artístico y despojando a mi Partida de caza, con la mayor desvergüenza, de todo espíritu. Como es natural, yo había escrito una obra totalmente distinta de la que aquellos actores abyectos y, por consiguiente, traidores a su arte, interpretaron en ese estreno. Aguanté apenas el primer acto e, inmediatamente después de caer el telón, me levanté de un salto y salí, con conciencia de haber sido engañado deliberadamente y de la forma más repugnante. Ya a las primeras frases había sabido que los actores actuaban contra mí y aniquilarían mi obra, ya en los primeros minutos la llenaron de su falta de arte y de su oportunismo con el público, y, a su estilo desvergonzado, me traicionaron y ridiculizaron mi obra, que hubieran debido ayudar a nacer con toda pasión. Cuando salí del gallinero y me dirigí al guardarropa, la encargada me dijo: ¿¡Tampoco le gusta al señor, eh!? Furioso por mi perversa tontería de haber confiado La partida de caza al Burgtheater para su estreno y por mi contrato estúpido, bajé corriendo las escaleras y salí del Burgtheater. No hubiera podido permanecer un segundo más en aquella Partida de caza. Recuerdo que huí del Burgtheater como si escapara no sólo de aquel centro de exterminio de mi obra, sino del centro de exterminio de todo mi patrimonio intelectual, y recorrí todo el Ring y volví al centro de la ciudad, y como es natural no fui capaz de calmarme con ese correr de un lado a otro impulsado sólo por la rabia. Al terminar la representación me encontré con varios amigos míos que habían estado en el estreno, y todos me dijeron que había sido, según sus propias palabras, un gran éxito, y que al final había habido enormes aplausos. Me mintieron. Sabía que sólo había podido ser una catástrofe, porque siempre he tenido un instinto seguro. Un gran éxito. Enormes aplausos, seguían diciendo continuamente aún, cuando estábamos sentados ya en un restaurante, y hubiera podido abofetearlos a todos por su falsedad. En efecto, elogiaron hasta a los actores, aunque habían sido de lo más estúpido y de lo más carente de arte, y en fin de cuentas auténticos sepultureros de mi Partida de caza.

La hierba en calma y vemos como el gato parece que juega con el ratón, un muñeco de goma, que le sirve para ensayar las artes de la caza. Hay zonas donde las retamas han agrietado el suelo y provocan una estampida de hormigas. Se mueven a mucha velocidad los insectos, escapando de la amenaza del pajarerío. Y eso que no son nada, apenas un pío-pío, un aleteo que casi no tiene nombre. El piso está manchado de nísperos y Bobote se agacha a recogerlos y mordisquea los que ya parecen maduros. Bobote y Juan Loriente coincidieron apenas un par de días, los suficientes para reconocerse los dos como gitanos. Entiéndase, no se trata de que Juan Loriente, el actor, sea un romaní, un gitano caló como Bobote, bautizado José Jiménez. Gitano significa también otras cosas. Buenas y malas, es verdad, pero uno no puede dar siempre explicaciones y cuando el uso de las palabras no se entiende en su contexto, simplemente han fracasado como expresión. Las ortigas, las plantas secas, los tallos de mala hierba no sólo se han pegado en la suela de la chancleta de Juan sino que la atraviesan y aparecen por entre los dedos del pie, florecientes. La otra noche, en el paseo por el lado más oscuro del parque, yendo a buscar luciérnagas, en el momento ese que desaparecieron por el vado del camino, ahí Bobote y Juan se parecen, son lo mismo. Y con la ciudad detrás, Juan sentado y quieto en la balaustrada mientras las calles y plazas giran detrás, también en ese momento son gitanos los dos. Y eso que el nomadismo y la trashumancia a lo mejor no le son propios a los gitanos. Igual es solo un tópico y ellos huyen no viajan, escapan de una incesante y vieja persecución. Más parecido a las caravanas de refugiados que vienen desde Medio Oriente que a los itinerantes del teatro, como llaman en Francia a la profesión. Entonces, lo que significa que Juan sea gitano no es una esencia sino un aspecto, un modo, un estar en el mundo, aparición, breve acontecimiento. Y Juan pasa estas semanas en el jardín por un texto, una escritura precisa. No anda perdido en la arboleda por su espesura, sino por lo que se esta metiendo dentro. Las hojas -fácilmente asimiladas las hojas de los árboles con los folios sueltos del manuscrito- son las que le impiden, literalmente, ver el bosque. Las nueve cartas de Pablo Fidalgo, Quealcosa nascerá da noi, están entrándole dentro. Con un estómago de rumiante, la paja, las matas secas, el verdín, tréboles y florecillas van siendo digeridas. Es un privilegio asistir a todo esto con mirada zoológica. Pocas veces estos procesos, algo así como la cadena alimenticia de una obra de teatro, se ofrecen al privilegio de ser vistos. Uno ve a la cabra, al burro, a Juan el gitano, como regurcita el texto, lo ensaliva, en su tercer o cuarto estómago, rumiante o pseudo-rumiante, que más da. Es un poco pornográfico, es verdad. Poder ver entre bambalinas como se hace el teatro. Y es que -pensamos en voz alta- la elección de Juan el gitano es fundamental, ejemplar. Es una importante acotación de la escritura. Tensa el texto, que se re-escribe de hecho mientras lo está rumiando el actor, lo lleva al borde mismo de su significado que, en gran medida, se explica, se recita, se declama en gran y fructífera contradicción. Pablo va escribiendo el texto como escribe a Juan. Meterle el texto en el cuerpo, sí, es importante. Juan es texto y no es texto, esa es su función de membrana. Hay algo del limonero ácido rodeado de jazmines cuyo dulce aroma parece condicionar su posición central como árbol del paraíso. Es una planta edénica porque está afuera, y no por estar dentro. En Quealcosa nascerá da noi hay un motor y una fuerza que se encamina desde el deseo, desde el lenguaje del deseo, desde el desear. Todo el extravío y la peripecia del texto, lo que se dicen entre sí los escribientes de tan compleja correspondencia, tiene que ver con un deseo que debe desviarse, casi místico, casi religioso, una contemplación teológica del deseo. Claro que el deseo es, pero lo que gobierna y desgobierna necesita, lleva en el texto a un religar, un desborde que no puede ser sino religioso. El texto expone suficiente condicionantes para que esto quede claro. Hay referencias culturales y un decir que, muchas veces, podría ser místico. Entonces, sí, estas tribulaciones, propias de un Adán expulsado del paraíso, un hombre que ha comido del árbol de la ciencia y anda vagando por el mundo en una deriva, sí, de máquina deseosa, esto que se dice y habla y recita, entonces, no lo dice el compañero de Eva sino Adán, antes, antes de la serpiente y el castigo errante por toda la tierra, antes del pecado, ese es el hombre que habla. Juan, el gitano, sí, todavía está en el placer, jardín de las delicias. Le vemos hablar con los pájaros, como Francisco, y esa conversación nos remite al gorrión y al jilguero y al verderón y a la alondra y al cuervo, todos con palabras que tienen alas y van y vienen sin confusión. Ese momento prístino de Juan expone bien el habla del paraíso donde se da el placer y todavía no el deseo. Por eso, que sea ese cuerpo el que encarne al actor, el que tome la palabra, el que la tense con su actitud de vivir en el placer y todavía no en el deseo, el actuante que ponga la palabra ante sus propias contradicciones, sí, un fundamento, aspecto fundamental de que la palabra prospere y sea teatro, público, espacio propio. Haga del teatro, jardín. Todos los recursos, la ventana, las cortinas, la oscuridad, todas las sensaciones y emociones que se hacen cabalgar sobre la inteligencia del texto, toda esa fuente de contradicciones, toda esa vegetación rica, humus de los que allí se dice, se recita, se declama. No es fácil oponer deseo y placer porque ya así dichas, como palabras, la construcción deseante se impone y parecería que una culmina a la otra. Pero en el lenguaje de los pájaros, que hace importantes intermedios en esta obra, ahí sí, ahí sí que la diferencia es clara y se puede entender bien que significan dos cosas distintas aunque la genealogía, lo que nace después de la expulsión del paraíso, les sea vinculante, vinculo de placer y deseo. Por eso, el hombre sin rostro que es Juan el gitano, con la cabeza de repollo, con la cebolla o el ajo aglutinado, Arcimboldo del jardín que lo circunscribe, es también una palabra de este texto. Claro, señálenmelo, es obvio, es una contradicción, si es palabra es deseo, ¿entonces? ¿qué está usted diciendo? ¿qué idiotez? Juan extiende los brazos y agarra del árbol los nísperos que antes, la mañana de antes, el gitano recogió del suelo. La luz del atardecer agranda los detalles como una diapositiva proyectada. La sala se llena de hormigas en procesión, sobre los espectadores, las paredes, el techo. La nube de mosquitas del jardín hace que la luz se trame difusa. El vapor de las hojas, aun disperso en el aire desde que el jardinero las cortara con violencia mecánica, se va depositando sobre las copas, sobre el envés de cada hoja, sobre el verde, ya menos verde, pardo, apagado verde amarillo. Las sombras en la platea del teatro van reproduciendo el jardín punto por punto. Las luces parpadean con un aleteo sutil. La sombra vegetal alivia la angustia de palabras que no acaban de realizarse, que continuamente se echan de menos en una selva colmada de cosas, cornucopia que nos ofrece todo lo necesario para vivir. La violencia con que entra la vegetación en el proscenio del teatro enriquece la palabra dicha. El edificio en el que estamos sentados fue abandonado hace muchos años y ahora lo ocupa una espesa selva de helechos y enredaderas, troncos, ramas y raíces que levantan el piso y hacen tambalear el punto de vista del espectador. Hay un momento en el que la vista del paraíso se hace insoportable y hay que cerrar las ventanas, echar las cortinas, encerrarnos en la cueva a cal y canto. Pero ahí, en la oscuridad de la caverna, no dependemos solo de lo que vemos y se escucha, se siente la vegetación creciendo a nuestro alrededor. Crece el rumor del tallo, se arremolina el viento cuando la flor abre sus pétalos, nos devora el musgo y los líquenes se posan sobre nuestra expectación. El humus de la tierra contiene hongos que abren la tierra como setas, champiñones y trompetas.