PABLO FIDALGO O LA VERDAD SOBRE TODOS NOSOTROS

PRÓLOGO DE MARTÍN LÓPEZ-VEGA AL LIBRO “VIVIR SIN NADA”.



De entre todos los poetas españoles nacidos en los años 80 del pasado siglo, Pablo Fidalgo (Vigo, 1984) es no ya uno de los más destacados, sino uno del que podemos decir sin ninguna duda que quedará.

La primera razón para que estemos tan seguros de ello tiene que ver con la necesidad. Normalmente, los poetas que uno considera necesarios lo han sido antes para sí mismos que para los lectores. Es decir: cada poema suyo responde a la necesidad de contestar a una pregunta planteada por la vida, de subir un escalón vital. Esto es mucho más raro de lo que debería: abundan los poetas que parecen escribir por diversión, por competición, por muchas cosas que no tienen que ver con la necesidad. Y, sinceramente: si el poeta no ha necesitado escribir su poema, por qué voy a necesitar yo leerlo. Cada poema de Pablo Fidalgo respira animado por esa necesidad: uno lo nota, cada poema de Fidalgo no tiene nada de partido de exhibición. De hecho, si un poema suyo fuera un equipo de fútbol, Pablo saldría a jugar cada partido con once delanteros. A por todas. Dice en su poema “Los primeros perros”, del libro El perro en la puerta de la casa (Liliputienses, 2021).

Isla, no me iré de aquí
hasta que vea un cambio en el cuerpo de los otros.
Es decir, en mi propio cuerpo.
No me iré de aquí hasta ajustar todas las islas,
todas las formas de vivir rodeado.

Esa es la segunda razón por la que me parece un poeta imprescindible: es un poeta que valora por encima de todas las cosas la intensidad. Un poeta ajeno a los efectos secundarios de la ironía y, por encima de todos ellos, al cinismo. Pablo Fidalgo es lo contrario a un posmoderno, o mejor dicho, ojalá que sea lo que viene después de lo posmoderno. Él tiene fe en la vida, en medio de todas las dudas imaginables; quiere vivirlo todo de todas las maneras, como Fernando Pessoa, aunque eso implique multiplicar las muertes. Es así desde su primer libro, La educación física, de 2010, en Pre-Textos:

Nadie se tomó la juventud
tan en serio como nosotros.
Nos amamos sólo al recordar
que la vida se acabará mañana.

Hacemos del cuerpo una historia
para poder morir en la escena.
Te voy a contar cómo empezó todo esto,
por qué te puse en ese lugar del escenario,
por qué tomé cada decisión,
por qué puse al público ahí, por qué quise
que estuviera incómodo viéndote.

Así pasamos el tiempo hablando de la muerte
bajo las sábanas de la juventud
que se va escapando, y te duermes,
y tiras de la sábana,
y me dejas desnudo hablando solo,
y yo no tengo fuerzas para tirar,
para seguir cubriéndome,
y mi juventud se enfría cada noche un poco más.

Dice la cita de Bataille que abre ya penúltimo libro, La dejadez (Letraversal, 2022): “A qué hemos venido, ¿a jugar o a ser serios?” Pues bien: para Pablo Fidalgo, que no cree en falsas dualidades, no hay nada más serio que el juego. Hemos venido a jugar, a jugarnos la vida, sin contemplaciones. No puede haber nada más serio que eso.

La tercera razón por la que hay que leer a Pablo Fidalgo es porque es un poeta en su tiempo, pero no un poeta de su tiempo. Comparte preocupaciones con sus contemporáneos, y lo hace muy actual el hecho de ser él mismo el objeto de su, digamos, investigación poética. Como escribió Georges Santayana, el poeta verdadero no tiene más que observarse a sí mismo. Eso lo vemos en muchos poetas de hoy, en la mayoría. Pero la profundidad de Fidalgo radica, entre muchas otras cosas, en que no cae en los tics de sus contemporáneos: no necesita ser fingidamente irónico ni presuntuosamente metalingüístico. Sabe que el lenguaje es su instrumento y hasta qué punto somos lenguaje y dónde comenzamos a ser otra cosa. Y sobre todo va en busca de una verdad profunda: siempre trasciende la anécdota. Ha aprendido de los clásicos, también de los del siglo XX, y su voz jamás renuncia a la imaginación verbal. Su poesía es una poesía contaminada por otros géneros, sí, pero nunca se vuelve paráfrasis de un ensayo, resumen de un relato ni mero recuento vital. Su verbo imagina, buscando así lo que se oculta a quien mira sin más. La imaginación ilumina en la oscuridad en la que Pablo Fidalgo sabe que siempre nos buscamos.

Hay una forma de pensar que es única de la poesía. La poesía no es contraria a la lógica (aunque haya muchos supuestos poetas empeñados en demostrarlo), pero sí que añade algo más a la lógica, y además sabe engatusarnos con su arma secreta: la imagen. Los mejores poemas sobre la muerte no incluyen la palabra muerte ni nos amenazan de muerte. Los mejores poemas de amor raramente son solo poemas de amor. Un buen poema es como un big bang al revés: concentra en sus pocos versos todo el tiempo de un universo. Así son los poemas de Pablo Fidalgo.

Sobre La dejadez, él mismo nos da algunas claves en un breve prólogo. El 31 de mayo de 2021 estaba leyendo el periódico y se encontró con una foto de su colegio en la portada del diario El País. Cinco antiguos alumnos denunciaban haber sido abusados en él en los 60 y 70, cuando él no había nacido aún. Después de eso, un ingreso hospitalario. Poco antes, se había vendido su casa familiar. Tres elementos aparentemente inconexos que dan forma a una inquietud, esqueleto a un temblor: así trabaja el poeta. Él mismo relaciona este libro suyo con otro anterior, Mis padres: Romeo y Julieta, publicado por Pre-Textos en 2013, y nos dice que forma parte de un proyecto conjunto con la pieza escénica La enciclopedia del dolor. Tomo I: Esto que no salga de aquí. Escribe en un poema de Mis padres:

Sentía vergüenza de mis padres
por tener que explicar su separación
sin poder explicar antes su amor.
Mis padres viven juntos sus primeros años
sin que sus familias lleguen a enterarse.
Todos sus amigos guardan el secreto.
Yo transformo su necesidad de silencio
en un primer amor por las mentiras.

Mis padres buscaron un lugar en la playa
donde protegerme de la historia.
Muchos años después volví a esa playa,
cada día una mujer distinta me preguntaba,
¿e ti, de quen es fillo?

Mis padres: Romeo y Julieta.
¿Después de todo quién recuerda
un conflicto entre dos familias
en esta absurda tierra
en esa absurda época?

Madre, creíamos que todos estos años sin él
eran tiempo perdido
y cuando finalmente fui a conocerlo
supe que era tiempo ganado al dolor.

Yo soy hijo de los que se bañaban desnudos
pero nunca perdieron la vergüenza.
Mi declaración de amor fue desnudarme en la calle
y volver a vestirme sin explicar nada más.

En realidad, todos sus libros están conectados de alguna manera; son un ensayo de autobiografía espiritual, en la que abundan los detalles concretos, pero que buscan siempre trascender la anécdota, responder a dos preguntas: ¿Quién soy yo? y ¿Por qué? Y la forma de preguntárselo es revisando su propia biografía. En el poema que abría su libro Crónica de las aves de paso, de 2018, “Nostalghia”, por ejemplo, se preguntaba:

Esos pájaros, ¿me
conocen?
Su vuelo, ¿sobre qué escribe?
¿Cómo pueden ocurrir en un mismo día
tantas cosas diferentes?
¿Cómo llega esa ansia de registrar cada una
incluso antes de que sucedan?

Escribimos sobre las nubes
como una excepción en nuestra vida solar.
Todos tratamos de sobrevivir en el único paisaje
que consideramos nuestra historia.

Esa historia nunca es individual, y cada libro de Pablo Fidalgo indaga en una zona con figuras distinta de su biografía. Anarquismos, por ejemplo, publicado en 2019 junto a otra pieza titulada Daniel Faria (una conversación con el poeta portugués) por Papeles Mínimos, es un retrato de la amistad como construcción ilusoria, como una obra de arte inserta en la vida. Comienza: “Es difícil recordaros bien. / Todo gran amor se resiste a ser un recuerdo claro, / porque todo recuerdo es un juicio disfrazado”. Reconoce: “cuando teníamos la alegría, no teníamos / la inteligencia suficiente / y, ahora que somos más sabios, estamos agotados”. Resume: “El paraíso duró pocos días. / El hombre no pudo estar mucho en la tierra / sin cometer errores”. Concluye, en la capilla Brancacci de Florencia, ante los frescos de Masaccio y Masolino: “Miro por última vez este cuadro que nos condena. / Hay una promesa de un dolor lúcido. / Hay una grieta que se abre. / Hay una relativa calma en esta habitación”.

Conocerse a fondo implica también la construcción del otro. Se lo pregunta en “Febre ou escándalo”, el poema que abre su libro en gallego, Parangolé, de 2019:

Dime, permitíronche ser outro?
cantos días? Na infancia?
E ata que punto?
Cantos días che deixarán manter as túas ficcións?
Para min ser outro é demasiado serio
como para fazer probas.

Pablo Fidalgo nos entrega ahora Vivir sin nada. Reconocemos enseguida su voz, llena de preguntas; esa especie de monólogo infinito sobre la existencia y sus inconsistencias, sobre el apetito de vida nunca saciado, sobre la necesidad de entender, sobre todo, el sinsentido. Al poeta Pablo Fidalgo se le transparenta su filiación teatral, por eso nos resulta tan fácil creer en la verdad de sus poemas: su personaje está construido con tanta eficacia como verosimilitud, con tanta intensidad como aristas. De Pablo Fidalgo hay que tenerlo todo y leerlo todo porque aunque se ande buscando a sí mismo, por el camino nos encuentra a nosotros; a todos nosotros y a todos los que somos cada uno de nosotros.

Martín López-Vega