PRÓLOGO TRES POEMAS DRAMÁTICOS


MARTÍN RODRÍGUEZ-GAONA

Tres poemas dramáticos de Pablo Fidalgo Lareo es una obra importante por el momento en el que se publica y por sus propios méritos formales. Constituida por la recopilación de El estado salvaje. España, 1939, Habrás de ir a la guerra que empieza hoy y Solo hay una vida y en ella quiero tener tiempo de construirme y destruirme, el conjunto brinda la prueba de que una época de silencio y autocensura ha concluido en la poesía española. El autor poetiza y da representación escénica a una tajante instrospección sobre la memoria de la España contemporánea, repasando hechos en absoluto desconocidos y que, sin embargo, pocos habían explorado con tanta radicalidad y contundencia Y, para dicho recuento, Pablo Fidalgo Lareo asume abiertamente un posicionamiento generacional. Entrado el siglo XXI, en el contexto de unaprofunda crisis internacional, la Guerra civil persiste en España com experiencia traumática, a la manera de una escena prima, cuyo rebrote consecuencias son aún más graves por ser algo que no se quiso ver (y mucho menos reconocer o expurgar).

La escritura de Pablo Fidalgo Lareo coincide con muchos de sus contemporáneos al concebir la poesía como un proceso, como un proyecto que no se reduce solo al libro, sino que fundamentalmente plantea algo para experimentar y compartir. De allí la predilección por el trabajo comunal y la decisiva reivindicación de la oralidad, incluso como propuesta política. Este es el sustrato de su trabajo con lo performativo que, en su caso, a diferencia de la mayoría de los poetas que buscan su audiencia en las redes sociales, no es meramente lírico narcisista o efímero. Pese a matices y diferencias, otro punto de contacto sería su férrea independencia artística (alejada de cualquie clientelismo), que lo conduce a una decidida apuesta por la autogestión, fundamental para su actividad como hombre de teatro. Así, sobreponiéndose también a la dictadura de la actualidad y la autorrepresentación virtual, el reto es forjar una nueva poesía dramática. Este proyecto está en sintonía con fenómenos contemporáneos como la Slam Poetryautores como Angelica Liddell, y tiene antecedentes en poetas performativos como David Antin y John Giorno. Pero sus bases se remontan a la obra de cumbres de la dramaturgia moderna como Eliot (la voz coral alegórica), Brecht (la desnaturalización como recurso político) o Pirandello (lo metateatral). Lecciones que se aprecian en el empleo de un plano simbólico y de referencias cultas (citas de Pessoa y Pound, entre otros) y que complementan y añade niveles a los soliloquios de sus personajes.

Por lo tanto, en Pablo Fidalgo Lareo, todo un bagaje de referencias y recursos apoya su propuesta, en un inusual impulso de pensamiento y sentimiento canalizado para analizar la intimidad. Y, con tales fines, la vía elegida implica urdir datos inconexos y representar sus vestigios (resulta arduo discernir la investigación de la fabulación en estas piezas). Tal estrategia, paradójica y reveladoramente, es una práctica o un papel heredado, una función dispuesta para él desde la familia: un legado memorialístico que lo impele a contraponerse al tabú.

Efectivamente, la dramaturgia de Pablo Fidalgo Lareo guarda coherencia con el resto de su obra poética (la introspección familiar, la posible proyección social del testimonio y su escenificación, la alternancia entre el monólogo y la polifonía, etc.) y, en consecuencia, su libro de poemas Mis padres: Romeo y Julieta supuso una introducción a todo el ciclo. No se percibe el menor rasgo de autocomplacencia en este enfoque autobiográfico, de allí el despiadado análisis de lo privado, la deconstrucción de la familia, la disección de lo íntimo (contra el pudor burgués). La obra de Pablo Fidalgo Lareo emprende, en su conjunto, una introspección acerca de la identidad, yendo de la experiencia individual el tiempo presente hacia atrás, hacia el origen (los padres, los abuelos, la patria). Por consiguiente, el escrutinio se centra esta vez en quienes no tuvieron protagonismo, dando la palabra a los mudos, rescatando las imágenes creadas por los invisibles (películas caseras, origamis o poemas líricos). Intentando registrar la tragedia de aquellos ignorados por la historia. No es difícil reconocer un diseño programático: los personajes, al presentarse en público, manifiestan declaran datos personales, lo que implica la reivindicación del relato invisible de anónimos y desaparecidos.

Así, en concordancia con su cuestionamiento al discurso oficial, Tres poemas dramáticos de Pablo Fidalgo Lareo explora los límites de los géneros, apostando por una poesía antipoética y una dramaturgia ritual. Ruptura pero no experimentalismo, poesía con lenguaje denotativo y teatro en el que la acción dramática está en el lenguaje. En ningún momento el autor se posiciona explícitamente con respecto a una ideología, expandiendo y complejizando lo registros de la poesía social, particularmente estrechos en España. La carga poética prima, ante todo, por su incesante formulación de preguntas y este énfasis en un radicalismo moral hace más conmovedora y artísticamente efectiva
a las obras. En su conjunto, la escritura de Pablo Fidalgo Lareo está cercana a
proyectos como los de Cernuda y Gil de Biedma, también poetas dramáticos.
Uno de los aspectos más relevantes de la propuesta de Tres poemas dramáticos está en su inclinación por la palabra común, por un lenguaje que sacrifica el esplendor en aras de establecer una genealogía. De este modo, el lenguaje se muestra deliberadamente prosaico, plano, sin siquiera apelar al ingenio, a feísmo o a lo lúdico, recursos propios de la antipoesía. Esta aproximación supone otra manera de llevar la palabra hasta sus límites, no por la vía de la saturación barroca del sentido o la transmutación de la iluminación, sino extenuando lo discursivo hasta revelar un secreto: lo inconfesable. El trauma fundacional, entonces, supondría definir una posición en la confrontación inmemorial entre las dos Españas.

Y, en efecto, ante este imperativo histórico, en Tres poemas dramáticos todo parece sostenerse por la urgencia del decir, por una necesidad expresiva. Un registro engañosamente plano a nivel de lenguaje sirve perfectamente para la instrospección sostenida, a la manera de una larga frase psicoanalítica articulada, a través del tiempo, en distintas obras. La ceguera de los abuelos, el exilio del familiar lejano y desconocido y la propia experiencia inmigrante indican que la hybris fundacional se paga en la sangre, por la progenie, pese a su inocencia. El estado salvaje. España, 1939, Habrás de ir a la guerra que empiez hoy y Solo hay una vida y en ella quiero tener tiempo de construirme y destruirme comparten el dar voz a vidas truncas, desarraigadas e implorantes, ansiosas por despertar de una pesadilla.

No obstante, a pesar del culto a un habla espontánea, el lenguaje de Tres poemas dramáticos es un artificio, pues solo mediante una hábil planificación, a través de la proyección, se logra dar voz a personajes con significación histórica. Fuera de las características y exploraciones concretas de cada pieza, el objetivo constante sería transformar un magma de experiencias inconexas y llegar a conmover. Y, para este fin, el contraste y la complementación entre la poesía escrita y su representación resultan cruciales (en la puesta en escena de El estado salvaje. España, 1939, la actuación de la abuela del autor remarca la dimensión histórica e íntima de la obra).

Así, otro logro de la dramaturgia Pablo Fidalgo Lareo es la decisiva interrelación entre la palabra y su puesta en escena: la historia, personal y colectiva, invocada en el espacio ritual escénico, mitifica el relato al compartirl con el público. De este modo, la representación se transforma en una ceremonia, pues tras la catarsis se produce una comunión, sea al recuperar lo sagrado, vivir el amor más cotidiano o expresar la indignación previa a la acción política.

Dicha inclinación sincrética, alejada de los géneros en su concepción tradicional, por su facilidad para interiorizar personajes y crear polifonía, podría haberse resuelto en la escritura de una novela total y, sin embargo, Pablo Fidalgo no tolera la ficcionalidad que fundamenta toda narrativa. Y en esto debe reconocerse una elección tanto estética como ética. Por consiguiente, la únic certeza explícita que Tres poemas dramáticos sugiere es que no hay respuesta gratificantes o sencillas en la búsqueda de la verdad. Pese a renunciar a un silencio inducido y cómplice, balbuceando emocionados entre la vergüenza y el olvido, ¿será posible atisbar alguna réplica irrefutable o, al menos, operativa? Aquí reconocemos un matiz relevante en la progresión que ofrecen los monólogos de Tres poemas dramáticos. Con una inusitada agresividad, el ciclo concluye en un rechazo de lo religioso y de lo artístico como alternativas conciliadoras. El cine, el teatro, la papiroflexia y la poesía son insuficientes, pese a ser actividades amadas. El derecho a ser -antes como exigencia de una modernidad auténtica y hoy como desencantado reclamo generacional- sigue encerrando una quimera. La apelación, entonces, se torna directa, incluye al espectador, y la única respuesta adecuada es una manifestación individual y contundente.

Así, el desenlace de Tres poemas dramáticos esboza un objetivo larga y penosamente trabajado: una catarsis colectiva, que conduzca a un nuevo consenso, radicalmente opuesto al anterior. Es por esto que, en las tres piezas, el yo lírico, aparentemente obsesivo, en realidad nunca está solo: sus personajes interpelan no a una generación o a una comunidad, sino a algo más abstracto, como una identidad histórica. En otras palabras, una voz múltiple que expresa el anhelo de una anagnórisis que forje una nueva memoria colectiva. O, ya situados entre el paganismo y la tragedia, la incógnita sobre si España logrará, en algún momento, recuperar la visión y superar su maldición edípica.